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...porque eso fastidiaría la libertad de los demás.

Me ha venido a la cabeza la anécdota de cómo llegué a comprender la profundidad de la palabra libertad. En el colegio me costó muchísimo llegar a aceptar la superfrase "La libertad de uno termina donde empieza la del otro". No me sirve de consuelo comprobar que, aún hoy, mucha gente no la ha comprendido. Creí haberla entendido, después de esforzarme mucho, pero realmente no la comprendí hasta sexto o séptimo de EGB. Fue con un trabajo, en clase de inglés, en la que leímos el Mercader de Venecia de Shakespeare. La trama del contrato firmado y la libra de carne me abrió los ojos con eso de no poder hacer nada que suponga un peligro o perjuicio para ti mismo o para los demás. Que algunos vacíos legales permitan que, a día de hoy, se pueda seguir vulnerando la libertad de las personas, demuestra la gran cantidad de trabajo que queda por hacer. Pero aunque se entienda la frase, aunque se comprenda, continúa siendo una de las palabras más complicadas. Sobre todo cuando es manipulada para el beneficio de unos pocos. Es paradójico que una de las mayores lecciones de ética y moral que he recibido fuera en clase de inglés, teniendo en cuenta lo poco hábil que soy al hablarlo y al entenderlo. Gracias a mi viejo profesor Juan Ignacio, al que llamábamos pitinglis. Nunca pensé que tanto tiempo después le acabaría dando las gracias por algo.

Me ha hecho recordar toda esta historia la noticia Cuatro y la explotación de los bosquimanos. Me hizo reflexionar sobre la tristeza que me hace sentir que aún haya gente que intente justificar las barbaridades diciendo "nadie les obliga, lo hacen voluntariamente". Esto me hizo twittear la frase que da título a esta entrada. En ese mismo momento recordé la anécdota.

Mucha gente cae en el error de afirmar cosas tales como que el aceite es más denso que el agua. En realidad el agua es más densa, por eso el aceite tiende a quedarse en la superficie. El aceite tiene mayor viscosidad que el agua.

  • Viscosidad: resistencia a fluir de un líquido o gas .
  • Densidad: relación entre la masa y el volumen. Más densidad cuanto más masa para el mismo volumen.

Puede que haya sido la literatura y el cine los que han contribuido a que algo viscoso se imagine enseguida como algo desagradable. Sin duda ha sido el mundo de la publicidad el que en los último años ha usado la palabra denso con frecuencia y, a pesar de haberla usado bien, ha confundido a la gente.

Hace años los productos eran deliberadamente rebajados. La prohibición de determinados excipientes y aditivos, junto a cambios en la estrategia de mercado, hizo que se impusiera la moda de los "concentrados". Aunque crear productos concentrados no exigía normalmente un esfuerzo, sino más bien eliminar el proceso de mezcla o disolución final, la labor de marketing para convencer a la gente que el nuevo producto 5 veces más pequeño era igual de efectivo, pero más eficiente, no fue fácil. Aún hoy deben reforzar esa idea con publicidad.

En el caso de los productos líquidos, la concentración hizo que, al estar menos diluidos, se volvieran más espesos. En algunos casos hasta se convirtieron en productos sólidos. Lo que puede haber influenciado a la gente pudo ser que en la publicidad apareciera la imagen del producto cayendo lentamente a la vez que usaban denso para referirse a que hay la misma cantidad de producto útil en menor cantidad de producto final. La asociación de la palabra con la imagen es lo que puede haber conducido a la gente a considerar más densos los líquidos que con más dificultad se mueven.

Me he encontrado a mucha gente que no es capaz de distinguir entre Eficacia y Eficiencia. No ven diferencia entre ellas. Coloquialmente se entiende que:

  • Eficaz: que produce el efecto deseado.
  • Eficiente: relación entre coste y resultado. Como coste se debe considerar tanto los recursos empleados como las mermas, pérdidas y efectos adicionales no deseados.

Por tomar un ejemplo, para eliminar el papel pintado de una pared es eficaz prenderle fuego. Es mucho más eficiente retirarlo manualmente con agua y espátula. Lo segundo nos ahorra los altos riesgos del incendio y los efectos no deseados como el humo, hollín y cenizas. Otro ejemplo muy utilizado es matar moscas a cañonazos frente a un caza moscas. El segundo método vuelve a ser más eficiente.

Estas palabras tienen diferentes consideraciones según donde se apliquen. No se usan igual en un estudio económico que en un texto filosófico. En electricidad y electrónica eficiencia es una característica muy importante de determinados elementos para los que se tiene fórmula matemática para su cálculo, al igual que en física y mecánica. Es muy importante el contexto de las palabras. En estos casos habría que recurrir al argot propio de la actividad.

Diana Campo Exactitud y Precisión

Exactitud y Precisión son dos palabras que se suelen confundir y usar de forma indistinta. El problema comienza cuando la gente usa estos términos como tecnicismos, donde el diccionario de la lengua española ya no es válido. No debemos consultar un diccionario no técnico cuando nos refiramos a temas de ingeniería, ciencia, industria ni estadística. Son en estas áreas en las que estas palabras expresan cosas muy diferentes.

Si comparamos dos tiradores (rojo y verde) y vemos los impactos en la diana podemos saber de forma muy rápida:

  • El tirador rojo tiene más exactitud que el verde. Sus disparos han dado más cerca del centro.
  • El tirador verde tiene más precisión que el rojo. Sus disparos, aunque han quedado más lejos del centro, están menos dispersos. Sus tres disparos tienen muy poca desviación.

¿Por qué se prefiere la precisión a la exactitud?

Aunque los que no lo han pensado dos veces admiren al tirador rojo, al tirador verde le basta con someterse a un proceso de calibración que corrija sus disparos. De ésta forma puede llegar a ser mucho más exacto que el tirador rojo.

A saber:

  • Precisión: la dispersión del conjunto de valores obtenidos. Cuanto menor es la dispersión mayor la precisión. Como referencia se suele tomar la desviación estándar de las mediciones.
  • Exactitud: cuánto de cerca del valor real se encuentra el valor medido.

Desde hace tiempo observo a la gente usar con ligereza ahorro y estos tiempos de fiebre de crisis me han convencido a destacarlo como el primer palabro de la serie.

Por aquí y por allí escucho una y otra vez cosas como "¡lo que he ahorrado!", y a poco que me fijo, han gastado aún más. Si en la tienda de la esquina tu producto favorito cuesta 100 y en la tienda de enfrente dos cuestan 150, hay que entender:

  • Si tenías pensado comprar sólo uno y compras dos por 150, no has ahorrado 50. Fíjate bien, te has gastado 50 de más y ahora te sobra la mitad de lo que has comprado.
  • Si tenías pensado comprar dos, y por ellos has pagado 150, hasta el momento has gastado 50 menos, pero aún no has ahorrado nada.

¿Cuándo empieza el ahorro? Cuando metes el dinero en hucha, por supuesto. Para saber si estás ahorrando no debes mirar el precio de las cosas que has comprado, debes mirar al final del día cuanto dinero has reservado. No se ahorra comprando más barato si acabas gastándote todo el dinero.

La dificultad en este momento es la necesidad de comprar más barato para que nuestro sueldo cubra todas nuestras necesidades. Comprar más barato no es ahorrar. Comprar más barato es consumir de forma más inteligente, más óptima si lo prefieres, pero, si te lo gastas todo, no ahorras nada.

La clave: Dinero que metes en la hucha es dinero que ahorras. El que no entra es el que te gastas.

El peligro acecha cuando la palabra ahorro está al servicio del consumismo. Es cuando la publicidad y los maestros del marketing consiguen que compremos productos que no teníamos previstos adquirir y que, aún habiéndonos costado menos, terminamos agotando nuestro presupuesto. ¡Así no hay quién ahorre!

Continuamente usamos y vemos usar palabras en diferentes contextos que asimilamos lo mejor que podemos y que acabamos usando, demasiadas veces, incorrectamente. El problema de usarlas mal y no expresar correctamente lo que queremos, o de que al usarlas no entendamos debidamente lo que nos dicen, deriva a diálogos de besugos y situaciones inverosímiles.

Es difícil definir un culpable. Bien por el cine, la televisión, la radio o a pie de calle; bien por medio de la publicad, leyendo o en una conversación. Palabras que usadas en un entorno profesional son entendidas en su ámbito coloquial. Otras que simplemente se han asociado mal desde el primer momento.

Lo realmente terrible es que acabamos usando palabras y expresiones de forma inapropiada. Un error en el que caemos casi todos, pero por fortuna no todos caemos en los mismos errores y deberíamos, en medida de lo posible, sacar de los errores cuando no erramos y dejarnos sacar cuando lo hacemos. Ahora se convierte en un problema de orgullo, prepotencia y, sobre todo, de ego.

Hace mucho tiempo, en mi grupo de amigos, llamábamos palabro a las palabras que eran difíciles de pronunciar, no usábamos habitualmente o que eran mal usadas, por nosotros o por otros.

Quedo demasiado lejos, en el uso del lenguaje, de Fernando Lázaro Carreter y no voy a atreverme a poner El dardo en la palabra. A lo que sí me voy a atrever es a crear una línea de posts palabros.


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